¿Dónde estaba la UNESCO cuando en la década de los sesenta Sevilla veía impotente como gran parte de su patrimonio urbano era destrozado bajo la piqueta de la más salvaje especulación?
¿De qué nos ha servido que varias décadas después declarara a los monumentos más emblemáticos de nuestra ciudad "patrimonio de la humanidad"?
¿De verdad necesitaban edificios como el Alcazar o el Archivo de Indias, que fueron capaces ellos solitos de sobrevivir a esta destrucción, que décadas después viniera la Superprotectora Organización a reconocer su valía?
Con el escándalo aún reciente tras la finalización de las obras en una de las zonas más devastadas durante aquellos "felices sesenta", la plaza de la Encarnación y sus famosas setas, la construcción de una nueva obra "moderna" vuelve a hacer tambalear los tradicionales cimientos de nuestra querida "Ollita Pía".
Y todo por culpa de una torre de cuarenta plantas.
Confieso que la idea de un rascacielos en nuestra ciudad nunca llamó en exceso mi atención pero cuando en estas últimas semanas, mientras la torre sigue creciendo con lento pero seguro ritmo, observo el revuelo tan tendencioso y rancio que está generando no puedo evitar el desear que La Pelli llegue a su planta 40 lo antes posible y con todo éxito.
Como muestra de todo esto os traigo la imagen publicada en uno de los diarios más importantes de nuestra ciudad que bajo el apocalíptico titular "Sevilla se juega su imagen en San Petersburgo por la Torre Pelli" nos muestra la polémica torre prácticamente plantada en todo el cogollo del centro "histérico" de la ciudad y, en una más que falsa perspectiva, a escasos metros de la Giralda.
Por cierto, y ya que hablamos de la Giralda ¿qué hubiera dicho la UNESCO del siglo XVI ante la extravagante idea de rematar un alminar almohade con un campanario renacentista? ¿Y con la más radical solución de destruir toda una mezquita para edificar la protegida catedral de hoy en día?
Yo les aconsejaría a los señores de la UNESCO que dejaran que la Sevilla del siglo XXI siguiera su camino y que, si no les supone mucho esfuerzo, se dieran una vuelta por la calle Sierpes y entraran en lo que un día fue el cine Llorens, ahora convertido en siniestra sala de juegos; o en el antiguo Palacio Central ahora sede de una famosa tienda de ropa; o por el antiguo teatro Imperial que, al menos, ahora de cobijo a una librería; o por...
En fin, que eso sí es para llorar.