domingo, 14 de septiembre de 2008

(45) PUSHKIN 2: "el arroyo negro"

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...............


“И жить торопится и чувствовать спешит”.
(Кн. Вяземский)
“Y vivir deprisa y sentir con premura”.

(Príncipe Viazemsky)


La niebla era tan espesa que el paraje resultaba
completamente irreconocible. De vez en cuando
un tímido rayo de luna iluminaba como por error
la ramas desnudas de los árboles. De nuevo una
total oscuridad tan sólo acompañada por el sonido
de las botas sobre la nieve. Uno, dos pasos y otra
vez el silencio.
- Nicolai, ¿estás seguro de que es este el lugar?
Me volví buscando a mi acompañante cuya silueta
comenzaba a recortarse sobre el horizonte que
poco a poco iba tiñéndose con un suave tono
anaranjado. Amanecía.
- Señor, ¿veis ese muro de piedra? El “arroyo negro”
pasa justo por detrás. Ahora no es más que hielo
pero en mayo…ya quisiera el Neva ese torrente.
A finales de enero en San Petersburgo apenas

empezaba a despuntar al alba cuando ya el sol
anunciaba su ocaso. Así de breve era su reinado.


Lentamente la niebla comenzaba a disiparse
aunque por el momento tan sólo la intuición podía
reconocer las formas que a nuestro alrededor se
iban formando.
- Y dime, ¿no habremos llegado demasiado
temprano?
- Oh, no Señor. Recordad la campana que oímos
al
bajar del coche.
El viejo Nicolai seguro de que la espera no sería
corta ciñendose el abrigo y calándose bien el gorro
se acurrucó junto al muro. ¡Bendito mujik, cuánto
daría por estar en tu lugar! Fama, fortuna ¡De qué
me servís ahora! ¿Pero, y ella?, ¿me seguiría
queriendo siendo un pobre campesino?
Estábamos en el lugar fijado y era la hora,
pero
¿por qué estaba aquí? Miestras los recuerdos
del
día anterior se agolpaban en mi cabeza un sudor
helado comenzaba a correr por la espalda.

¿Era miedo? Pues claro que temía a la muerte.

Aunque había un miedo mucho más terrible, el miedo
más atroz: el de perderla para siempre. Si ella me
engañaba mejor acabar con todo de una vez. Pero
eso no podía ser cierto, ella me amaba, ¡ella me ama
aún, lo sé…!

El relinchar de caballos y unas voces confusas a lo
lejos
me devolvieron a la realidad. De entre la fina
niebla las tres negras figuras comenzaron a tomar

forma. Uno de ellos se acercó hasta mí.

- ¿Alexander Sergievich?
- Lo tenéis ante vos, Señor.
- Señor, antes de comenzar debo rogaros que
reconsideréis vuestra actitud. Mi apadrinado
aceptará vuestras disculpas dando este asunto
por olvidado.
¡Mi actitud! ¿Disculparme? ¡Ah! Pues claro que
sabía por qué estaba aquí. Ahora, a la leve luz del

amanecer y a pocos metros de distancia su figura

se podía distinguir con toda nitidez: altivo, joven y

hermoso, arrogante incluso sin su reluciente uniforme

él era el motivo de mi decisión, quien me había
arrastrado hasta allí para poder recuperar lo que
más amaba.¡Maldita carta! ¿Por qué tuve que abrirla?
¿Por qué la leí? Y lo más terrible: ¿por qué he dado
crédito a todas las infamias que encierra?
Ya el sudor no era frío, las sienes parecían estallar y la
sangre me hervía en las venas pidiendo no una
satisfacción sino exigiendo una muerte.
- Señor, mi decisión sigue siendo la misma. No
pienso retractarme ni en una coma de lo dicho
sobre monsieur d’Anthès así que, terminemos
cuanto antes con todo este desagradable asunto.
Y ahí estaba yo, espalda contra espalda con mi
enemigo, sintiendo su miedo y su agitada respiración
luchando contra la mía antes del combate, jugándome
a una sola carta mi salvación o mi muerte.
Por un instante recobré la calma mirando la blancura

del bosque, el azul de acero del cielo mientras a mi
memoria volvían aquellos versos que ahora sonaban
con cruel ironía:

“¿Adónde habéis volado,
días
de mi dorada primavera?
¿Qué me reserva el mañana?

Se esconde en hondas tinieblas…”



Entonces la voz del segundo del barón resonó
solemne
por cada rincón del bosque:
- Señores, el acuerdo es a doce pasos. Terminados
éstos podrán volverse frente a frente manteniendo
siempre el arma apuntando hacia el suelo. Tras tres
palmadas el primer disparo corresponderá al
ofendido:
monsieur d’Anthès.
Comenzamos a caminar. Uno, dos…La nieve crujía
compacta a mis pies…cinco…seis…siete…

“Mañana el rayo de la aurora

anunciará un nuevo día;
mas yo tal vez ya está en el seno
del frío lóbrego sepulcro.”


ocho…nueve…

“¿Acudirás, mi bella diosa,
a mi urna a verter el llanto?
¡Oh dulce amiga, amada mía!

Ven, ven a mí, soy tu esposo!...”

diez…once…

No sentí nada, quizá una punzada fría y seca.
Y una bandada de pájaros que revoloteando
asustada
cruzó el cielo. Y el tacto frío sobre mi
cara de
la nieve helada. Y el suave recuerdo de
mi amada…
Natasha…Natasha…

“La bella flor se ha marchitado,
tronchada por la tempestad,
en los albores de la vida.

Murió el fuego en el altar…”

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